El pasado domingo dos amigas y yo decidimos reunirnos y tomarnos unas trufas, Shamantar Sclerotia Atlantis. Somos bastante novatos en esto de la psicodelia por lo que el viaje estaba muy bien planeado: las tomaríamos en casa de una de ellas y su compañera de piso estaría atenta en todo momento por si a alguno de los tres nos ocurría algo inesperado. También tengo que decir que en las experiencias previas no hubo ningún tipo de problema y fueron viajes muy visuales y placenteros.
Nos comimos las trufas alrededor de las 6:30 pm. Yo consumí 15 gr y ellas 12 gr cada una. Nos tumbamos en los sofás del salón y apagamos todas las luces, por lo que sólamente se podía ver gracias a la poca luz que entraba de la calle. Estuvimos hablando a la espera de que todo comenzase. Hacia las 7:00 pm una de ellas empezó a sentir los efectos, las típicas distorsiones visuales que sirven como preámbulo de lo que se avecina. Poco tiempo después mi otra compañera empezó a sentir lo mismo y en último lugar yo. Podría decirse que hacia las 7:15 pm ellas estaban ya bastante dentro, nadie hablaba y sólamente se escuchaba nuestra respiración.
Yo me estaba empezando a preocupar un poco, ya que eran las 7:30 pm y sólamente sentía distorsiones visules muy sutiles, mucho menos intensas que en otras ocasiones. Sólamente escuchaba a alguien que, en el piso de al lado, estaba intentando tocar el Himno de la Alegría con la flauta dulce. Pensé que sería un niño al que le habían mandado de tarea en el colegio (como a todos nosotros en nuestra infancia) aprenderse la melodía. No dejaba de equivocarse y desafinaba alguna que otra nota. Poco a poco empecé a construir la imágen del niño tocando, al principio era sólo la flauta, pero luego sus manos y finalmente lo estaba viendo tocar. Estaba detrás suya y el tenia delante el típico cuaderno de partituras que se suele tener durante primaria en todos los colegios. Pelo corto moreno, jersey granate. Lo más curioso sin duda eran sus equivocaciones, ya que aunque el escenario estaba construido por mí mismo no podía controlar la melodía, es decir, lo estaba viendo tocar y sus errores influian de manera muy significativa en la imágen mental que yo había creado.
Mientras tanto yo seguía mirando a mi alrededor, los objeros se deformaban y seguían el ritmo de la respiración de mi amiga sentada a mi lado. Miré hacia el otro sofá, la otra viajante estaba realizando gestos muy extraños, casi terroríficos. Miré su cara, era una expresión muy singular. Demostraba que aunque físicamente se encontraba en el sofá, su mente estaba muy lejos de allí, en un lugar que sólamente ella ha conocido y que por alguna extraña razón la obligaba a adoptar posturas tan raras. Decidí seguir explorando con la miraba todo lo que me rodeaba. Mirar la televisión apagada era particularmente curioso, parecía que en parte me asustaba pero por más que la miraba una sensación muy placentera recorría todo mi cuerpo.
Ya eran las 8:20 pm y fue entonces cuando nuestra cuidadora vino a ver qué estábamos haciendo. Allí estábamos postrados en los sofas. Me quedé mirando para ella, era un nuevo personaje en la historia, otra persona más en el escenario. Parecía que un halo de luz la rodease. Sin embargo, su mirada inquisitora me puso nervioso ya que ella no podía comprender el estado en el que yo me encontraba. La luz ya estaba encendida por lo que toda la estructura del salón había cambiado, me apetecía mirar cómo era todo lo que antes había visto deformado.
Entonces sonó el teléfono, parecía un terremoto acústico que resultó muy desagradable. Preguntaban por la amiga que estaba a mi lado que dado su estado psicodélico no podía atender la llamada. Ella se empezó a encontrar mal, diciendo que quería que parase lo que ocurría en su cabeza. Me invadió un sentimiento de ansiedad y de malestar profundo, fue una empatía instantánea que también afectó a mi otra compañera. Rápidamente llamé a nuestra cuidadora para que echara una mano. Se agobiaba porque tenía miedo de irse y no saber volver, también por la tormenta de sensaciones y pensamientos que invadían su cabeza. Comenzamos a hablar en un intento de calmar las cosas. Poco a poco todo se fue amainando y empezaron a llegar otras 3 personas más a la casa (teníamos pensado cenar todos después de nuestro viaje). El ambiente era un poco caótico ya que otras 3 personas más se habían incorporado al escenario.
Mientras tanto seguíamos hablando de la mala sensación que nos había invadido, del miedo que se podía llegar a pasar. Es impresionante la empatía que se siente bajo los efectos de la psilocibina y la cohesión que existió entre nosotros para lo bueno y para lo malo. Llegamos a la conclusión de que aunque ese tipo de sensación no es recomendable ya que uno lo pasa verdaderamente mal, sirve de manera constructiva para comprender más el fenómeno de los viajes. La psilocibina no es una sustancia que te "haga sentir bién", si no que lo único que hace es abrirte la puerta hacia lo bueno y hacia lo malo. Concluimos que adquirir control y aprender a controlar la dirección de los viajes es vital para experimentar experiencias realmente reveldoras. Una de las mejores partes del viaje fue precisamente el discutir toda nuestra experiencia y sensaciones.
Como resumen puedo decir que fue una gran experiencia y me siento privilegiado de haber viajado con estas dos amigas mías. Quizás no hubiera sido tan enriquecedor si todo hubiera sido placer y felicidad, pero todos sabemos que para que exista lo bueno tiene que existir también lo malo. Hemos visto más allá de lo que jamás veremos con el ojo desnudo y hemos recorrido tiempo y espacio desde un sofá un domingo lluvioso por la tarde.
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